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martes, 25 de mayo de 2021

La educación bajo el Romanticismo y el Neohumanismo

 

Según el libro de la historia de la pedagogía de Nicola Abbagnano y A. Visalbergui en su apartado sobre la Educación bajo el Romanticismo y el Neohumanismo cita lo siguiente: 

7. LA EDUCACIÓN BAJO EL ROMANTICISMO Y EL “NEOHUMANISMO” 


 Schiller fue también el autor del más perspicuo intento de distinción entre arte clásico y arte romántico. En el ensayo De la poesía ingenua y sentimental (1796) demuestra que la poesía ingenua u objetiva es poesía terminada y perfecta, que se delimita en un arco bien definido de representaciones; por el contrario, la poesía sentimental o subjetiva quiere representar el Absoluto, captar el movimiento infinito del alma que anhela la unidad sin alcanzarla, como consecuencia de lo cual queda siempre abierta, indefinida, inconclusa. La poesía clásica es representación de la naturaleza y del infinito, la poesía romántica es representación del Espíritu y del infinito. Estas fórmulas nos muestran con claridad el nexo ideal que vincula al movimiento romántico con la corriente denominada neohumanismo. Apenas el romanticismo deja de ser una simple reivindicación del libre desplegarse del individuo y medita sobre sus propios temas, encuentra en la tradición clásica, sobre todo griega, el término fundamental de referencia y no importa si esa referencia asume el carácter de una antítesis. El espíritu romántico no concibe antítesis que no se concilien en síntesis superiores. 

 Por consiguiente, el clasicismo de Schiller y Goethe puede hacer suyos los temas humanísticos de Lessing y Herder y contribuir al movimiento de enriquecimiento y reforma de la vieja educación humanística conocida como nuevo humanismo o neohumanismo. El neohumanismo, al exigir la formación integral de la persona, entra en polémica contra la escuela del tipo realista y utilitarista de los pietistas y sobre todo de los basedowianos. La contienda entre filantropía y humanismo (1808) es en efecto el título de un libro que fue en cierto modo el manifiesto del neohumanismo pedagógico. Su autor es Friedrich Immanuel Niethammer (1766-1848), amigo de Fichte y sobre todo de Hegel, quien fue además autor de una reforma escolar en el reino de Baviera, durante el periodo napoleónico, y formuló programas que el mismo Hegel, por ejemplo, observó (salvo ciertas modificaciones de poca monta) en el periodo en que dirigió el gimnasio de Nuremberg donde enseñó filosofía (1808-1816).



 Niethammer no descarta la escuela realista de tipo moderno, se limita a distinguirla netamente de la clásica, para la que reserva sus preferencias. En general, el movimiento neohumanístico no hace más que acentuar en Alemania la diferencia entre los dos tipos de formación, una más breve, utilitaria, sin desemboque universitario o casi, y otra formación más larga, “formativa”, conducente a la instrucción superior en todos sus ramos. Es el sistema que se denominará más tarde de “doble vía”, merced al cual se divide precozmente a los muchachos entre los destinados a los estudios superiores y los que deberán contentarse con carreras más modestas. 

 El neohumanismo determina o consolida la posición monopolista de las lenguas clásicas como acceso a la cultura superior. Como ejemplo, baste decir que cuando el progreso técnico-científico demuestra que no puede aplazarse ulteriormente el encauzamiento hacia los estudios superiores también de los alumnos provenientes de las Realschulen, de tendencia moderna, se procederá a reformar esta rama de la enseñanza (de orientación tecnicocientífica) no sólo confiriéndole un carácter más rigurosamente científico, sino también introduciendo en ella el latín (1828). Al mismo tiempo, se creaban en Prusia y en otros Estados alemanes otras escuelas técnicas y profesionales sin desemboque ulterior y, por lo mismo, sin latín. 




 Todo esto contrasta mucho menos de lo que parecería a primera vista con el carácter general de la educación romántica. El romanticismo, en la medida en que revalorizaba los caracteres nacionales, las lenguas modernas, el arte de inspiración popular ingenua, el libre desarrollo individual, se inclinará a preocuparse por la escuela elemental y popular, los jardines de niños, las escuelas de enseñanza mutua, la adopción de métodos más concordes con un pleno respeto de la espontaneidad infantil. Se trata de un vasto movimiento en ese sentido, que se extiende por casi toda Europa y que, en el fondo, respondía además a una precisa coyuntura económica y política. En efecto, el Estado moderno tiene necesidad de súbditos conscientes y de traba jadores con un mínimo de cultura. 

 Cuanto a la clase dirigente, el hecho de que se forme sobre la base del griego y el latín puede presentarse como cosa natural en vista de los fines de autonomía de juicio y desarrollo que se quiere garantizar a sus miembros. Que se siga el esquema de Schiller, o el que más adelante encontramos en Hegel, según el cual hay que empezar pensando con cabeza ajena para aprender a usar en verdad la propia, se acaba demostrando que la formación clásica no sólo es provechosa, sino indispensable para formar intelectos verdaderamente libres. 


 Por lo demás, el neohumanismo conservó por mucho tiempo, como herencia de su génesis romántica, un cierto carácter de impulso entusiasta, de reconocimiento congenial de afinidades ideales y de estirpe, que el pueblo, alemán descubría sobre todo en lo griego. El mismo Schiller ironizaba sobre los excesos de la “fervorosa grecomanía” que había ocupado el puesto de la “gélida galomanía”. Esta progenie romántica ejercerá una poderosa influencia incluso sobre la nueva —y de ahí a poco, gloriosa— “filología” alemana, a la que el neohumanismo confirió el rango de ciencia autónoma. Por ejemplo, es típicamente
romántica la tesis del carácter puramente legendario de la personalidad de Homero y la atribución al genio popular de los griegos de los poemas denominados homéricos, tesis que tuvo en Friedrich August Wolf un sostenedor si menos genial más escuchado que Giambattista Vico.


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